Fin de semana de poco Chan y mucho chin

Ayer pasamos un día muy divertido, llegamos al hotel tarde, cenamos y a la cama, yo incluida. Salimos pronto por la mañana para aprovecharlo, nuestra idea era ir a la isla de Lantau a una media hora de hotel. En teleférico llegamos hasta un lugar cuyo interés turístico es un Buda, la estatua más grande de Asia. Para llegar hasta ella hay que subir tropecientos escalones, no subimos claro, pero desde abajo se veía impresionante. En la cabina del teleférico coincidimos con una pareja de españoles.





De ahí, de las opciones que hay para ver, nos fuimos en autobús hasta el pueblo de pescadores. Como para entonces ya era la hora de comer, entramos en el primer restaurante que vimos. No son especialmente limpios pero la comida está buenísma. Barato y abundante. Como siempre con mi madre nos reímos mucho, yo pedí una cervecita. Pensé que me iba a dar un subidón tan grande como lo era el tamaño de la botella pero las cervezas chinas no deben tener mucho alcohol. Un paseo por el pueblo a dos por hora, que mi madre se va metiendo en todas y cada una de las tiendas que ve, marcha atrás, adentro en otra, coge aquello que los demás no vemos y ella lo encuentra, se asombra de que aún existan cosas que ella conoció hace años y hace los mismos que no veía. 

Después de días sin ver animales disfrutamos con una mosca, una araña, dos gatos, tres perros, y muchos pescados, éstos últimos muertos y desecados al sol en las decenas de tiendas que recorren las calles del pueblo. Miles de tipos de seres marinos que se comen, estaban expuestos colgados o en cestas, estrellas, calamares y pulpos, peces de diferentes tamaños y formas, con pinchos, cortezas, ventosas, gusanos, muy gordos, otros que ni me sonaban... olía a mar y a algo que no sabría describir ni decir si era bueno o malo. Cangrejos aún vivos amontonados en barreños, peces inmensos en urnas muy pequeñas, qué pena me daban pero como dice Felipe, bien que te los comes. A todos ellos, vivos y muertos te los metían en bolsas.

Los chinos trabajan mucho y comen mucho, sin parar, hacen la digestión muy rápido, paran para atenderte, pero rápido se juntan de nuevo en torno a sus cuencos de tallarines o arroz, palillo en mano. Los perros no tienen dueño pero muchos comerciantes les ponen collar para que las autoridades no se los lleven o los demás comerciantes no... (puntos suspensivos).

Les dan de comer restos de los muchos restaurantes que hay, y los perros esperan pacientes afuera, tumbados en los huecos de sombra que encuentran, o beben de los riachuelos de agua, no sé si demasiado limpia, que salen de tuberías y desagües. Parecen sanos, estaban gorditos, algo sucios. Aunque muchos comerciantes les acarician y les dejan pasar un rato y una señora francesa les da mucho cariño según dijeron, tenían los ojos un poco tristes creo. No estaban mal del todo (tranquilo, Felipe, que no me traigo a ninguno de vuelta a casa). 

A este pueblo le llaman la Venecia de Asia. Cuando sales de la calle principal de tiendas, después de cruzar un puente azul que nos señalaron unos turistas occidentales en inglés, llegas a una calle, o dos como mucho, casas suspendidas sobre el mar en palos finos, muy largos, entumecidos (esta palabra la ha dicho mi madre, que dice que le recuerda a Palencia, aunque no sabe si aquí pega mucho) de madera. Parecen inestables pero deben llevar ahí tantos años como sus habitantes, los mismos que lo fundaron, seguro, con más de mil años cada uno, que ven pasar las barcas con turistas desde sus balcones como si nada. Mi madre dice que están subvencionados y que el metro cuadrado en este pueblo está por las nubes. 




Es curioso pero le dije a mi madre,de qué hablarán estas personas en sus casas? Y ella me dijo, justo lo estaba pensando yo en este momento.

Allí, en una esquina, nos cogió al vuelo una señora para meternos en una barca por muy pocos dólares hongkoneses. El conductor de la barca nos ayudó a subir con Felipón y cada uno ocupamos un asiento en fila india. A los cinco minutos el paseo había terminado y el conductor puso el motor a tope así que de pronto nos vimos en mitad del mar buscando delfines blancos entre las olas, únicos en China. Ver no vimos ninguno pero Candela y Felipón gritaron ¡Somos los dueños del mundo! Yo también, un par de veces. Querían que durara más pero nos devolvieron al pueblo en media hora y nos fuimos a la parada del autobús después de comprar plátanos a una señora que cerraba su puesto del mercado y los llevaba en una carro. 



A punto de que llegara el autobús nos encontramos con el mismo grupo de seis o siete ichicos españoles que a la llegada nos habían saludado y nos ayudaron a doblar el carrito y a subir bolsas y niños. En el camino de vuelta les oíamos cantar la gallina turuleta y Felipón y Candela se asomaban muertos de la risa... Hola, españoles!!! 

Nos bajamos todos en la última parada y como buenos compatriotas nos quedamos un rato charlando en la puerta del metro, íbamos en direcciones opuestas. Si estáis leyendo el blog, ¡Hola, españoles! Nos contamos un poco de todo, y nos desearon suerte en nuestra aventura en Hong Kong. Nosotros también a ellos. Fueron encantadores.

No os los iba a contar pero no me aguanto. En el vagón ya, Candela me dijo que no podía más de pis. Pasaban las estaciones y su cara estaba cada vez más preocupada, aún nos quedaban varias para llegar pero en una de las muchas cuyo nombre no consigo acordarme, bajamos. Ni siquiera llegaba al baño, alguna vez avisa con tan poco tiempo que ya no da tiempo, así que se me ocurrió sacar el orinal de Felipón de la mochila. Era tarde y no había nadie en la estación, bueno, nadie nadie no, algunas personas, pero ya cansadas, así que no cuentan. Ni nos miraron en nuestra esquinita, y a pesar de que Candela se resistió, conseguí convencerla de que lo hiciera allí. En mitad de su pis, Felipón decidió que también quería y cuando Candela se levantó, todos dijimos, halaaaaaa, casi rebosaba. Aún así Felipón que dijo que no aguantaba más, también lo hizo, todos muertos de risa, menos Pía que dormía encantada en la mochila. Felipón terminó de llenar el orinal y cuando mi madre lo cogió para ponerlo en una repisa mientras recogíamos el campamento y subíamos pantalones, calculó mal, y splash... todo el pis, repito, todo el pis, al suelo... y de ahí, por las escaleras, en cascada... Nos fuimos. 

Mi madre, que no les llama Morancos pero también habla de ellos a su manera, dijo que qué simpáticos habían sido de quitarnos la carga de ir con el orinal a tope por toda la estación (nos pareció la mas grande de todo Hong Kong). Los baños no aparecieron por ningún lado. Ls estaciones de metro es lo más limpio de toda la ciudad, menos mal que no nos han encontrado aún porque después de lo de las cacas en la piscina teníamos más probabilidades de ir a la carcel. Mi  madre hizo una cena muy rica mientras yo les bañaba.

Ya en le hotel, a cenar y ver una peli. Aún, risas. Y hoy día de hotel con piscina de agua y de bolas, hasta hace unos minutos aun estabamos en plena guerra pero ahora vamos a cenar que mi madre ha vuelto a hacer la cena. Hoy está seria, yo creo que cansada de la paliza de ayer que lo fue y mucho aunque mereciera la pena ,y cuando lo está a lo mejor me cae alguna bronquilla pasajera... o no tanto, asi que por si acaso, a mi aire y a comer que me muero de hambre. Llevamos mucho tiempo ya de amores y risas....;)



Los niños la adoran.

Besosssss

Comentarios

  1. 😅 te vas a llevar una buena colección de anécdotas de pises y cacas!!!

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