¡¡¡¡Feliz Navidad!!!!

¡Hola a todos!

Os escribo esta vez desde Jerez, donde hemos venido a pasar estos días, en familia... tras un viaje largo y lleno de niños, maletas, algún chichón y un perro.

Estuvimos en Madrid el viernes con la Doctora Escamilla, médico psiquiatra, y con el neuropsicólogo de su equipo, ambos especializados en niños con problemas o dificultades de aprendizaje, de comportamiento y/o lesión cerebral. Por primera vez, alguien evaluaba a Felipón en base a una realidad, aunque también vieron sus informes y las imágenes de su cerebro.

Lo primero, se asombraron de lo bien que estaba, sin haber tenido nunca medicación, lo segundo, se asombraron de lo bien que estaba sin haber hecho una terapia con nombre y apellidos, y tercero, decidieron que aún puede mejorar mucho, algo que también sabemos nosotros, al ritmo que lleva.

Siempre he sido, y lo sabéis, contraria a la medicación, a la farmacología, a dar algo químico porque sí. Cuando Felipón nació, tenía epilepsia a todas horas, y aún con sus dosis diarias de Depakine no se le quitaba ni mejoraba. Sabíamos que aquello no era bueno para él, pero pensando que le ayudaría, seguíamos dándoselo. Hasta que los Doman nos explicaron que podíamos sustituirla con la alimentación adecuada y un trabajo físico adaptado a sus necesidades. No sé si por aquello sólo, o por un cúmulo de circunstancias y cosas que hicimos además, como por ejemplo, la terapia/osteopatía cráneo sacral de Javi, que le relajó el cráneo, la fascia, la columna, y por lo tanto permitió que todo fluyera con mayor normalidad; el cambio que comenzó a darse en mi, y en toda la familia... a Felipón le desapareció la epilepsia constante, diaria, y ya sólo se produce cuando tiene catarros o herpes, como nos acaba de pasar estos días hasta hoy, que por fin está bien y dispuesto para darlo todo con sus primos.

Hace un mes, exacto, le dije a Felipe: Hay algo que no estoy haciendo, algo que debería hacer y no sé qué es. Soy consciente de que este camino que empezó hace ahora seis años tiene hitos importantes y éste que llegaba, con el estado actual de Felipón, se convertía en uno más... Pero, ¿cuál era ese paso que debía dar, esa nueva prueba a la que me enfrentaba para ver mi grado de entrega, de escucha? ¿Qué debía hacer? Al día siguiente, María me llamó para contarme algo suyo, sobre su hija, y en la conversación dejó caer el nombre de esta doctora.

Felipe y yo escuchábamos a la doctora atentos. El cerebro a veces necesita ayudas. Para ganar tiempo. Si el esfuerzo del cuerpo se centra en el aspecto motor, el progreso en lo cognitivo queda relegado a un segundo plano, porque la energía no llega a todo, y mientras, los días pasan. Por otro lado, el cerebro no quiere salir de la zona de confort, de donde sabe que está todo controlado. Donde no hay peligros, donde no hay crisis de epilepsia, donde no se puede retroceder sino sólo avanzar aunque sea más despacio.

Los demás niños avanzan rápido, sin peligros, porque su cerebro no tiene obstáculos, tienen el camino llano y el coche lleno de gasolina. Un cerebro como el de mi hijo tiene miedo, llegados a los seis años, para dar ese salto que dan los demás niños hasta los ocho o nueve. Y ahora que parece que se acerca a ellos, se puede producir el máximo distanciamiento de golpe. Algo intuyo, desde hace tiempo. Intuyo y eso era lo que me preocupaba. No que sea diferente. Que lo es y lo supe desde que embarazada me dijeron que sus lesiones eran de lo peor que habían visto los médicos en su vida. Sin embargo, como ahora está mejor de lo que nunca hubiera imaginado, sé que es un niño inteligente, que empieza a hacerse más independiente, que comprende el francés y casi casi lo habla, que habla español y aplica perfectamente el lenguaje, que tiene una memoria buenísima, que le empiezan a invitar a las fiestas de cumpleaños y en el colegio me dicen que tal y cual cosa, sin hacerme ilusiones, me gustaría darle lo que necesita para llegar hasta donde necesite.

Pido, hoy, esta noche más que nunca, por ese amor que él me ha dado y sé que le he dado a él desde que llego a mi, a mi vida, que le debo acompañar hasta donde él necesite. Él nos dirige, él es nuestra Luz, nuestra guía, en la tierra y en lo espiritual... y pido no fallarle, estar a la altura de lo que él necesita. Porque me ha elegido, y yo a él. Le adoro como es, como está y como estuvo. Pero pido, al Niño Jesús que "nace" esta noche, que mi amor le siga iluminando como el suyo me ilumina a mi. Así que si aquello que pedí, aquella noche hace un mes, de tener la apertura y lucidez para saber dar el siguiente paso, es darle una medicación o dos, que sin anular su percepción y su voluntad, ayude a su cerebro a desarrollar materia gris, a reducir esfuerzos "inútiles", a desarrollar la capacidad asociativa más allá de la lineal que parece ser que él es con la que funciona a día de hoy, adelante. Consultaré, contrastaré, y si mi corazón, que será quien de la última palabra, dice sí, así lo haré.

Y el transplante de células madre. Que me preguntan. Y la terapia del Profesor Chan que hago a diario en casa, para limpiar esos canales de energía que todos tenemos, para dar energía a sus chakras, para fomentar la producción de células y las conexiones entre ellas en las zonas dañadas... Y lo que haga falta para que su plasticidad cerebral cumpla sus objetivos y busque el equilibrio de su cuerpo sin miedo.

Hoy, igual que todas vosotras, pido ser la mejor madre para mis hijos. Y que el Amor que el Niño Jesús simboliza en nosotros, esa sabiduría en el cuerpo de un niño, pueda crecer cada día un poco más en mi. Para dar lo mejor de mi siempre. Para saber recibir el Amor, en cada una de sus formas, siempre.

Creo, que en esta Escuela de Almas que es la Vida, cada Navidad, y ésta más que nunca para mi, por diferentes razones, nuestros hijos nos recuerdan que estamos aquí para entregarnos, para vivir el amor incondicional, para aprender, para dejar atrás las culpas, las iras, los miedos, para compartir, para ir hacia adentro y después salir... Para crecer, no por arte de magia sino por el arte de comprender que siempre vamos a hacerlo lo mejor que sabemos y que nuestro corazón nos guiará si nos conectamos con él, en realidad, con Dios.

Os deseo una Feliz NocheBuena, una Feliz Navidad y un Feliz Año lleno de buenos propósitos. Espero que entre ellos esté, de verdad, cuidaros y quereros.




¡Un beso grande!

Rocío

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