Cuando dormir se complica, o lo que es lo mismo, pintarse las uñas te salva

Queridos todos, 


Si a estas alturas hay alguien que no esté loco, con niños en casa desde hace 3 meses, trabajo en casa o fuera, en situación de caos absoluto, limpieza en más caos aún, terapias a quien le sea aplicable y vida personal a cuestas, enhorabuena. Realmente te encuentras en un estado de iluminación total. Pero hablo de estar bien. Porque yo creo que estoy bien. No grito a mis hijos, por muy petardos que estén, aunque me enfade, es decir, no pierdo en exceso los papeles :). Me río mucho y lloro alguna vez. Busco huecos para hacer lo que me gusta, y a veces hasta los encuentro aunque los compagine con tres niños que  me piden hacer caca, pis o me preguntan siempre lo mismo dos o tres veces por segundo. 

                                        

Si veo que va a ser imposible, ni lo intento, para no frustrarme. Y digo que no a las mil invitaciones de zoom para hablar con media España o hacer mil actividades geniales que seguro que me vendrían al pelo. Y pienso que si no las hago, porque objetivamente es imposible, y sé que hago otras, soy consciente de que no lo necesito y debo estar haciendo lo que estoy haciendo.



Y la verdad es que disfruto mucho, mucho, de mis días... Me río y me siento bien, donde y cómo siento que tengo que estar. Pero no duermo por las noches. Es algo puntual. Y eso me dice que algo en mi no está del todo bien en este momento. Porque aunque no me levanto cansada, ni me desespero casi nada, en esas horas oscuras, no duermo desde hace dos semanas, y cuando lo hago, me despierto como un reloj a eso de las cinco de la madrugada. Y eso sé que a la larga me pasará factura. Mis hombros además están como piedras. Señal de que mi cuerpo no está gestionando de manera correcta algo, bien sea la postura, bien sean las emociones y/o la carga que asumo a diario. 

Me pongo de ejemplo porque cuando uno se da cuenta de la locura abiertamente, es obvio que hay que poner remedio, lo pongas o no. Y es para matarte si no lo haces, si no sales a darte un paseo, a tomarte una copa, a mirar los árboles, darte un masaje, leer un buen libro, meditar o comer algo que te encante con tus mil sentidos puestos para disfrutar. Y desconectar y volver a ti. No hay excusas aceptables a estas alturas porque cuando te haces consciente de esta locura es hora de parar en seco. Antes de que llegues a algo peor. 

Pero si tu cuerpo y tu cabeza en apariencia no dan grandes señales de estar mal, puedes ir arrastrando los síntomas, hacerte la loca y dejar pasar los días mientras crees que puedes con todo y con más. Pues mira, no. Ya sé, porque me conozco, que no dormir no es bueno. Y que aunque esté bien y contenta, y mi corazón me responda y lata cuando le hablo, como ya acostumbra, algo pasa que no se pasa con pelearme conmigo misma para dormir y desesperarme o dejarlo pasar y no dormir.
 
                                          

Han sido tres meses de locura. A la de fuera le añadimos la operación de mi madre y todas sus consecuencias posteriores, su no dormir, sus angustias y sus miedos, más que justificados, un no parar entre España y Portugal, de hospitales, de niños, de mudanza.... Gestión de actividades y nuevas rutinas, ese querer llegar a todo, y no sentirte mal como madre de un niño con lesión cerebral que no hace los zoom si tú no estás, que no aprende las letras a la misma velocidad que el resto, que se cae cada cinco pasos y te duele a ti cada caída, ese ser madre de dos niñas más que te necesitan más casi que él...

                                     

Hace unos días me hacía una entrevista Wendy Rosillo, amiga de mi gran amiga Silvia Duart. Y me preguntaba cuales son mis rutinas para sentirme bien, para estar bien. Ella acostumbra a hacer entrevistas a profesionales que aportan técnicas y herramientas de crecimiento espiritual. Y también a personas como yo, no profesionales, que han aprendido y aprenden de la Vida, de sus dificultades, de sus caídas, que puede que la suma de todas ellas hayan despertado ese deseo interno de despertar que latía ferviente desde hacía tiempo. Y entonces sea un despertar obvio, recurrente, que por obvio fluya en tu vida con suavidad, con sutileza. Porque las cosas forzadas no son bonitas. No aportan, quitan. Energía, tiempo y alegría. Así que cuando llega ese despertar, cuando cae por su propio peso, todos nos hacemos maestros de nosotros mismos y podemos aprender a cada segundo de todo aquello que nos para, que nos hace sufrir, que nos desespera, como quien compone un puzle y va recolocando piezas que estaban y que surgen.

Contesté a Wendy que para mi, lo importante para estar bien es dormir, comer de manera consciente y estar con personas que me hacen sentir bien (pintarme las uñas en mi caso está en el pico más alto, hay quién se las pinta estando en lo más bajo porque así se encuentra mejor y siente que de rojo, aún hay salida... Cada uno, lo suyo, igual de bueno). Como la famosa pirámide de Maslow, subimos al escalón siguiente cuando las necesidades de más abajo ya están cubiertas. Parto de lo más básico. Así, sin más. Y así estoy, cuando todo lo de fuera parece haberse puesto ya en su sitio, sin dormir. Jajajaja.

Vuelvo al epicentro del asunto. No me preocupa, porque he identificado ya que no duermo bien cuando siempre he caído como un tronco, no lo paso por alto. Ni voy tirando. No sé lo que haré. Ya os contaré. Pero si os lo cuento es porque también hablaba con Wendy, me preguntaba de hecho, qué siento y hago cuando estoy triste. Me gusta darme cuenta de cuando estoy triste, o preocupada. Respondí que eso me hace saber que hay algo a resolver, un reto sobre el que trabajar. Y me divierte. Me divierte saber que no duermo por algo. Llamo divertirme a cosas que no tienen gracia, lo sé. Pero es mi forma de decir que me gustan los retos y que la vida es eso, un reto constante. Que nos obliga a avanzar a base de sacarnos de lo conocido, que si normalmente duermo bien, pues toca no dormir para saber que algo no lo está. Que no es grave. No estoy cansada aún. Que he cuidado mucho y que ahora me toca cuidarme a mi. Que ha sido bonito darlo todo estos tres meses y ahora me toca reponer, porque no se puede dar sin recibir. Que no se puede exigir a los demás que te cuiden si no que te lo debes a ti misma, cuidarte tú. Que el respeto y amor nacen de ti mismo a ti mismo. Y que esa lección que ya he aprendido y cada vez integro e interiorizo más, me pone a prueba de diferentes maneras.  No es cuestión de tirar, de aguantar, de resignarnos, sino de disfrutar en el camino. No es cuestión de hacer grandes malabares, de buscar clases infinitas a las que no llegas porque efectivamente nos falta tiempo, sino de aplicar a cada segundo, como en automático, el auto análisis en positivo y nunca culpable en casa, en el día a día. Y pedir ayuda, si aún por inercia no lo consigues sola.

Y le digo a mis hijos que practiquen el agradecimiento. Aunque al principio sea forzado. Porque nos debemos ser agradecidos y estar alegres salvo que debamos estar tristes. Emociones que nos recuerdan que somos humanos, e hijos, claro que sí, de Dios. Perfectos.

Creo que en septiembre empiezo a estudiar osteopatía. Donde vivo es una licenciatura de 4 años y como mayor de 23 con una licenciatura de derecho previa no tengo problema. Desde que nació Felipón hace siete años, cuando conocí a Javi y él le ayudó tanto con sus bronquiolitis, su hipotonía, con su toque casi sin tocar, hablándome de la fascia y de la técnica sacro craneal y de cosas que en aquel momento me resultaban tan extrañas, cuando me trabajó la cicatriz de la cesárea y eso me ayudó a llevar la respiración hasta el vientre, cuando me dejaba practicar en su cabeza mientras él trabajaba la cabeza de mi hijo, sintiendo que de alguna manera éramos un sólo cuerpo, descubrí que ésa, quizás, era la vocación que había esperado encontrar con 18 años. Tocar y sentir lo que siento cuando toco a otras personas. Conectarme a mi corazón para dejar que mis manos fluyan por el cuerpo de otro. Ciencia que sume a mis experiencias de estos años.

Porque necesito saber más cuanto más toco. Porque unas veces me pasa y otras no. Porque hasta aquí soy sujeto pasivo. Porque me faltan los conocimientos técnicos. Porque tengo la miel en los labios. Porque ya no me vale sólo con sentir sino que hay algo en mi que me pide saber.

Manu, años después, me hizo ver de nuevo lo que me gusta la osteopatía. Cómo puedes ayudar al cuerpo físico, al emocional y a lo más espiritual que hay en tí. Abrir puertas de manera elegante, sin irrumpir. Para ayudar a otras personas a ver más luces que sombras. 

Nunca es tarde para hacer algo que te gusta. Tengo toda la vida por delante y una vez más, se lo debo a mi hijo. Porque lo hago para ayudarle a él y para ayudarme a mi. Hace años Felipón cuando aún no hablaba me dijo: Mamá, soy tu maestro, practica conmigo.
                                       

¿Y si escuchamos las señales de nuestro alrededor? ¿y si escuchamos nuestras propias señales? ¿Y si preguntamos y ponemos nuestra intención, sin forzar, en que nos llegue la respuesta? ¿Y si nos volvemos amables con nosotros mismos? ¿Y si nos permitimos el amor?


Besos a todos








Comentarios