PREVENIR mejor que curar

Hola a todos, 

Desde Portugal, desde cada sitio, se ven las cosas de manera diferente. Desde donde nos encontremos en cada momento vemos las cosas de manera diferente. En cada localización geográfica vamos a ver las cosas de manera diferente y si nos movemos, lo que ayer veíamos de una manera hoy lo vemos de otra, lo que hoy nos parece difícil mañana puede resultarnos fácil. 

Quien se encuentra en Madrid lo está pasando mal. La incertidumbre es siempre una losa mayor, el ser humano por regla general no gestiona bien el terreno desconocido... hasta que lo hace porque no le queda otra. Y aquello que se escapa de nuestro control y en este caso son muchos factores, político (convivir con la locura de no comprender, estemos de acuerdo o no con sus ideales, por qué no se pone nadie de acuerdo llegado a este punto, por un bien común), económico, sanitario, social... que no controlamos. Por eso sólo podemos hacerlo bien en nuestro más cercano ámbito de actuación, por regla general, y ya es bastante. Quien pueda hacer más, porque tenga la maravillosa posibilidad inmediata de mejorar más que el mundo propio, que lo haga, por favor.  

Pero con que cada uno de nosotros, allá donde estemos, hagamos algo, es suficiente. Es más que suficiente. Y no hablo de actuar con sentido común en lugares públicos, sino de cuidarnos a nosotros mismos. Por nosotros, por nuestros hijos, por nuestros padres y por el bien de todo el planeta. Porque todos somos susceptibles de coger el virus, un virus cualquiera, o de que se nos caiga una teja en la cabeza o nos diagnostiquen una enfermedad grave. Por eso debemos estar fuertes, física y emocionalmente. Para que la mente esté flexible y nos adaptemos sin dificultad a lo que venga, aceptemos y comprendamos lo más rápido posible lo que sea, del tipo que sea y tengamos así despierta la capacidad de explorar vías alternativas. Flexibles para mantenernos al margen de aquella información que no nos de paz y nos bloquee, para no estar a expensas de quien no hace lo propio, para crear una burbuja blindada en la que quepa lo que nosotros queramos que quepa. Porque la distancia es relativa. Y cada vez toca lo que toca. Pero si estamos bien, si nos hacemos conscientes de la gran responsabilidad que tenemos, más allá de las fronteras geográficas, dentro de las nuestras, en nuestro cuerpo físico, como por ejemplo comer con conciencia, hablar con conciencia, acariciar con conciencia, pensar con conciencia... tendríamos la intención 24 horas al día en ser cada vez mejores seres humanos. Cuando aún hay tiempo. Y no quejarnos o culpar a otros por lo que ya no tenemos. 

Porque llevo días, semanas, escuchando la misma palabra en mi cabeza : PREVENIR. 

PREVENIR la soledad dando y recibiendo amor cuando lo tenemos o plantando semillas de amor para recoger los frutos después. 

PREVENIR las enfermedades emocionales cuando aún no las tenemos aceptando el miedo como parte de nuestra existencia para que se deshaga y no nos bloque, inutilice y paralice. 

PREVENIR, como deberían haber previsto los responsables, el desbordamiento en hospitales por no tener más medios y dejar que sean los mismos siempre quienes salven las vidas cuando legan a sus manos. 

PREVENIR con un trabajo de meditación y conciencia para saber qué nos hace sentir bien y qué nos hace sentir mal, para saber qué sí y qué no, para saber qué nos están queriendo decir las miles de señales que recibimos a cada segundo para parar o cambiar el rumbo si no queremos enfermar uno a uno a nuestro órganos... y morir de agotamiento o inanición. Para vivir y no morir en vida.  

PREVENIR para que nuestro cuerpo físico, emocional y espiritual sepan que queremos vivir en mayúsculas y estén preparados. Para que nuestros órganos estén fuertes y no debilitados. Para que si morimos, lo hagamos tranquilos de espíritu y con los deberes al día, sabiendo que nos dijimos a diario te quiero, y a los demás. 

Porque todos podemos tener un virus pero eso no es lo más preocupante. Lo más preocupante es convivir con el virus de la infelicidad y de la pasividad y no verlo si quiera. Porque eso es lo que hace que después un virus cualquiera nos RE - mate. 

No es cuestión de aislarnos y desconfiar, sino de abrirnos estemos donde estemos. Son términos sutiles con los que aprendí a convivir. Quien alguna vez nos dijo que sólo existe lo que vemos nos mintió. Y nos los creímos porque puede que no nos quedara otra para aprender después lo que aprendimos. Pero nuestro libre alberdrío ahora nos lleva a recibir otra información una y otra vez, información que podemos rechazar y seguir viviendo en la ignorancia, o aplicar para ver qué pasa. 

Al lado nuestro hay infinitas posibilidades y campos que se abren aunque no los veamos. 

Durante 21 días he hecho una meditación guiada por Deepak Chopra, con mis amigas del alma, con mis amigas de siempre. Cada una estamos en un sitio diferente, en momentos y experiencias diferentes, en estados de conciencia puede que diferentes, motivaciones diferentes, ilusiones diferentes, miedos, responsabilidades y anhelos diferentes. Pero hemos ido haciendo poco a poco los deberes y enfrentando cada bloqueo o dificultad, con amor, por hacerlo en equipo. Y hemos llegado al mismo punto. Porque hacer las cosas en equipo, aunque no nos hayamos tocado, ni visto, ni sentido al lado, en el plano físico, nos ha hecho fuertes. Nos hemos reído y hemos hablado. Hacer algo juntas nos ha enriquecido a todas. 

La energía existe. Es potente. Y esa energía es infinita. Abundante. Sólo basta con poner la intención. El asunto tiene tela. Nos piden que hagamos los deberes diariamente. La magia existe. Pero para encontrarla debemos quitarnos capas, filtros, roles, vendas, pesos, negativas, riñas, vergüenzas de creer en lo increíble, de hacernos niños en lugar de envejecer. Nos exigen crecer y no empequeñecernos, hacernos grandes y flexibles, sabios y alegres... incluso "egoístas". Para saber, con plena certeza, que podemos cambiar nuestro mundo, sólo si antes nos encontramos a nosotros. Si nos conectamos con nuestro corazón, con nuestra alma. 

Este virus, para mi, este virus que todos somos susceptibles de coger, podrá encontrarnos, podrá matarnos, o no, pero igual que lo hizo la discapacidad de mi hijo hace ahora ocho años, debe servirnos para despertar. Para responsabilizarnos. De cuidar de nosotros. De alimentarnos bien, de comer despacio, de beber agua, de agradecerlo, de estirarnos cada mañana para agradecer a nuestro cuerpo que nos sirva de hogar, de hacer algo que nos gusta tan a menudo como podamos, de saber qué nos gusta, de recordar qué nos gusta, de vibrar, de trabajar nuestra humildad y compasión, de saber que el de enfrente es nuestro maestro, nuestro espejo y que lo que nos molesta de él está en nosotros y lo podemos cambiar, de ser alegres y explorar por qué estamos tristes, de sonreír bajo la máscara para que nuestros ojos hablen, de tocar cuando podamos tocar o de rozar el alma de otros con un gesto, de ser sensuales de nuevo o por primera vez si no lo fuimos nunca, de saber que el amor no solo se hace en la cama sino a diario con quien nos crucemos, de dar ternura, de saber qué pasa cuando alguien nos hace daño o se lo hacemos nosotros, de acompañar, de pedir ayuda si no podemos solos... Tenemos tantas cosas que hacer que mirar hacia afuera no es más que una disculpa para no hacerlas. Malgastar nuestra energía en lugar de invertirla. Huir en lugar de actuar.

En mi libro El regalo que cambió nuestras vidas, hablaba de las dificultades a la que nos enfrentan las enfermedades y/o "discapacidades". Las nuestras por supuesto. Pero si se trata de las de un hijo, aún mayores. Horas para pensar junto a una cama, horas para estar, para ser. Para dormir y descansar. Para recuperar nuestra esencia. Para tomar conciencia de lo que tenemos. Tiempo. Hasta el último suspiro aquí en la Tierra. Tenemos tiempo. Aunque creamos que no podemos hacer nada. Siempre tenemos tiempo. Y la posibilidad de vivir en el momento presente para dar de nosotros lo que somos, nuestra mejor versión, no aquella que nos inventamos en algún remoto lugar de nuestro mente. 

Que nuestro corazón nos guíe a todos en este camino y podamos actuar en equipo para ser más fuertes. 

Agradezco a médicos y enfermeras, curas, monjas, terapeutas, y a todo aquel que siempre, y especialmente en estos meses, hace de su vida un continuo ejercicio de compasión y acompañamiento. Porque el verdadero acompañante para mi es el que sana el alma y no sólo el cuerpo físico. Y cada una de estas personas sabe que su objetivo es sanar el cuerpo físico, pero no todas saben acompañar el alma. Sé de lo que hablo. Por eso, mando a Jimena, mi más cercana médico de almas dentro de un hospital, para que siga siendo, estando y trabajando en todos los sentidos como ya lo hace. 

Prevenir para ganar tiempo, del güeno, del de calidad. Del que sabe a agua limpia cuando la garganta está seca, a fruta fresca, a bizcocho recién hecho, a tarta de chocolate con galleta, a pepinillo en vinagre y cebolleta, a ensalada de tomate de la huerta, a sopa de ajo, a casa y a chimenea puesta, a sol que calienta y lluvia que olvida, del que pasa página con sabia certeza, del que abraza con brazos y piernas, del que remueve en nuestras entrañas los olores de siempre, del que trae mariposas y salta en los corazones, del que llena los ojos de lágrimas hasta que rebosan de gracias, del que masajean pies, guiñan ojos, del que inventa sueños, del que abre paisajes brillantes y hace cosquillas con risas generosas y plenas.

Os deseo a todos un feliz octubre.

Besos 

Rocío

P.D.: Mis hijos, felices en el cole. 

Comentarios

  1. Como siempre Rocío tus palabras son un regalo para el alma

    ResponderEliminar
  2. Como siempre Rocío tus palabras son un regalo para el alma

    ResponderEliminar
  3. Como siempre Rocío tus palabras son un regalo para el alma

    ResponderEliminar

Publicar un comentario