Llegamos a la habitación ahora, son las doce y media de la noche, hora en China. Nuestra intención nunca fue ésta cuando salimos hoy a las tres de la tarde. José se lo ha currado, el tío, gracias desde aquí... y tras aparecer en nuestro hotel con sus dos hijos, José Ka y Paco Ka, y sin mujer, que tiene una tienda en Hong Kong y debía trabajar, hemos andado durante un rato hasta llegar al metro. Tras hacer tres transbordos, hemos salido a calles con miles de tiendas y de dispensarios, como aquí llaman a las farmacias. Él tampoco habla chino y se ha hecho entender en inglés mandarín, porque a él le entendían perfectamente. Al final, nos han vendido una especie de supositorio de glicerina que hemos aceptado porque era lo más parecido a lo que necesitábamos. Pía ya no aguantaba más y lloraba, con lo poco llorona que es ella. Hemos hecho otra parada a tomar un zumo de fruta recién hecho y la última, larga como ella sola, para pasar al baño de un restaurante. Los cuatro niños, incluido Felipón, que se está portando como un campeón hasta en eso. Un buen rato adentro. También lo es Candela. Mas aún. Como hermana de niño con lesión cerebral debo decir que no es fácil saber que todo el mundo pregunta por tu hermano, y nadie por ti, porque dan por hecho que tú estás bien. Siempre he tratado de hacer cosas con ella para suplir esos momentos que de manera inconsciente se producen. Ojalá lo estemos consiguiendo. Al final y al cabo forma parte de la vida, de su vida, y sacará su aprendizaje de ello... aunque como niña no sea siempre fácil. Qué suerte mamá, Felipón va en carrito me decía ya de noche. Candela, Felipón pensará lo mismo de ti que puedes andar. Desde luego no es fácil, y mira que intentamos siempre reírnos de todo. Sabra, eso sí, y recordará, que fuimos siempre juntos a por todas.
Por fin, el autobús. Velocidad máxima a 80 según carteles en las ventanas pero sensación de 200 en curvas montaña arriba. Vistas espectaculares, ya en la isla de Hong Kong, hasta una zona llamada Stanley, al otro lado justo de la clínica pija del profesor Chan. Rascacielos atrevidos en medio de la nada, junto a bosques verdes de clima tropical. Desde que llegamos no hemos conseguido ver un cielo azul, despejado, siempre pesa sobre nosotros una bruma que cubre a medias el sol y la luna. Mucho calor pero ya acostumbrados, es llevadero, incluso gustoso cuando llega la brisa fresquita que seguro supera los cuarenta grados. La última parada, yo convencida de que el conductor no se acordaba de nosotros y nos llevaba a su casa. Éramos los últimas pasajeros en bajar. Qué alegría al ver la playa, de arena fina, las echo tanto de menos desde que vivimos en Francia... la mayoría de piedras. Pocos bañistas, ya serían las 6 de la tarde o más. Cuando me quise dar cuenta, Felipón estaba vestido dentro del agua, feliz. Menos mal que había metido un pantalón y una camisa de sobra en mi bolso, por eso de ir sin pañal. Qué gustito mamá, qué calentita. Hoy ha sido su día de descanso. Candela tampoco lo ha dudado y ha ido al agua. Iñaki directo, ventajas de los hombres, en "gayumbos", como diría Felipe. Y yo, muerta de ganas, sin bañador y con Pía en brazos, que por fin se había quedado dormida. Yo tenía el supositorio extraño preparado para ponérselo en cuanto abriera un ojo. Cuando media hora más tarde así lo hizo, José y yo nos pusimos manos a la obra, obra que acabó con éxito y sonrisa de esta niña a la que por cierto me como con patatas todos los días. En cuanto puede, agradece y sonríe. Aún así pasó el resto de la tarde incómoda y aunque no suelo hacerlo con tanta facilidad, le di apiretal para que estuviera a gusto y descansara un poco. Le di un biberón calentito, bien alimentada está un rato a juzgar por sus piernas regordetas y sus mofletes rellenos. Felipón gateó playa arriba playa abajo, por toda la orilla, cogió piedras, conchas, se fue después unos metros más allá y estuvo en silencio un largo rato, de espaldas, no necesitaba nada ni a nadie, sólo estar así. Qué bien se está mamá, me decía de vez en cuando. Se le entiende regular, aunque Candela y yo acostumbradas, lo hacemos perfectamente. La logopeda en Niza nos dice que es cuestión de ejercitar los músculos de la boca y de la cara a diario, con ejercicios que no estamos haciendo, abiertamente lo digo, para que no se sature de tanta cosa. En este sentido tengo que decir que cada día creo, y hoy más que nunca, lo importante que es el descanso para estos niños. Obsesionarnos y meterles caña a diario, no debe ser bueno, o al menos no tanto como una tarde de risas curativas. La tarde de hoy vale seguramente por cinco días con Chan. Las olas, la brisa, el paisaje, su silencio, la arena... Seguro que se le han conectado muchas neuronas de ambos hemisferios. Sus frases son largas ya, bien construidas y con palabras que me sorprenden cada día. Mal hablado, lo es, y mucho.
Teníamos hambre y nos hemos ido a cenar tras una ducha en la playa para quitar la arena. Al doblar una esquina ha sido como estar en cualquier calle de un pueblo de costa española. Restaurantes, terrazas ... Pero poca gente. Nos hemos sentado en uno que parecía agradable, me ha encantado el cocinero, occidental, de unos ochenta años y chaqueta clásica abotonada, algo gastada y abierta por arriba, sonriente, nos ha mirado desde la puerta de la cocina.
He pedido pescado a la brasa. José e Iñaki me han querido quitar la idea pensando que no iba a ser muy fresco, además el agua de algunas zonas no esta muy limpia, pero cuando he querido anular el pedido y cambiarlo por otras cosa, me han dicho que ya era tarde. Me ha encantado. Con ajito y perejil. Estaba todo muy rico, y la cerveza me ha sabido a gloria. A Iñaki le han puesto una cerveza que sabía a fruta, no la ha pedido así, pero él que es así de buena gente se la ha tomado. Mis hijos estaban agotados y los hijos de José, igual.
De vuelta, hemos cogido el 40 que iba vacío, solo con nosotros. Y en lugar de hacer todo el recorrido en metro como a la ida hemos decidido coger un taxi. Entre el conductor del autobús de ayer que me dejó fuera, y el conductor del taxi de hoy que ha dejado fuera a Iñaki... Ya no sé que pensar. Justo cuando él iba a subir, los niños y yo ya estábamos dentro, el taxista ha decidido que quería dejar pasar a un coche de policía que venía detrás y en lugar de aparcar un poco más adelante, que había sitio de sobra, ha cogido carrerilla y casi nos trae el hotel.A Iñaki en lugar de abrírsele los ojos como platos se le han quedado como a un chino tratando de ver adónde iba, calle abajo, allá a lo lejos entre las luces de coches, semáforos y edificios. Menos mal que José y sus hijos estaban con él, ellos iban a coger un autobús hasta su casa. Iñaki seguía con parte del carrito en su mano cuando un buen rato después hemos aparecido en la misma calle. Nuestro taxista, primo del conductor del autobús de ayer, seguro, ha debido de pensar que era él quien tenía la cartera para pagar y ha vuelto... refunfuñando encima. Como si tuviéramos algo que ver en todo aquello... José se ha enfadado un montón con él, esta vez en español mandarín, gestos de manos incluidos. Muy de la tierra. Al señor le ha dado igual.
Ya sabemos que aquí, en esta ciudad se vive muy, pero que muy acelerado. Estresado. Enfadado. Nadie para, todos siguen, nadie sonríe, salvo a Pía, que ha debido ser de por aquí en otra vida y se los gana sin dificultad.
Los cinco niños destrozados, se han portado muy bien. Y encima a José le quedaban aún veinticinco kilómetros para llegar de vuelta a su casa. Gracias de nuevo.
Hablábamos en la cena con José de que antes los padres no tenían en cuenta nuestras emociones, cuando éramos hijos en vez de padres como ellos. Estábamos dentro de su paquete. Sus conversaciones eran de mayores, no existíamos a su lado, aunque lo estuviéramos. Si había campo para correr ya estábamos haciéndolo, sin miramientos. Sin aparecer a cada minuto para pedir un helado, como ahora. Recuerdo a mi madre hablar de cosas con amigas de las que yo tomaba nota mental. Ella pensaba que yo no me enteraba. Ahora ya no lo piensa, llevamos años de repaso en los que nos hemos hecho daño la una a la otra, y eso es algo que nos ha venido bien a las dos, aunque también nos haya dolido. Evitaríamos mucho, decía José y he pensado yo siempre, si enseñáramos a nuestros hijos cosas tan prácticas en la vida como a conocer sus emociones, su cuerpo... asignaturas desde luego mucho más interesantes que las que a día de hoy dan como obligatorias.
Hablando de mi madre siempre me decía, Rocío cuando seas mayor habrá muchos abogados, arquitectos o matemáticos, pero gente que haya visto de pequeña tantas cosas como tú, pocas. Y eso lo verás, algún día, como una ventaja. Ahí acertó de lleno. Tenía razón. Soy hija única, de padres separados, y me ha llevado a todas partes con ella. A su trabajo, como tratante de la vida, de cachivaches varios, a barrios peligrosos, pobres, días que me escribía notas para evitar que fuera al colegio diciendo que debía ir al dentista, cuando por supuesto no era verdad, porque prefería que la acompañara a comprar una mesa en una nave perdida en mitad del campo o a una zona de prostitutas en el centro de Madrid. Yo quería ir al colegio, pero ahora le agradezco esa educación tan diferente que trato de inculcar a mis hijos de alguna manera. Porque quizás eso me ayuda ahora a ver que todo no es blanco o negro. Y tocamos de nuevo esa flexibilidad que en este viaje está siendo tan abundante y un tema tan recurrente. Hablaba con Iñaki ayer que siempre me gusta poner, para comprender por qué la gente actúa a veces de maneras tan incomprensibles, un ejemplo que siempre he tratado de tener presente. Si lees un buen libro y éste te lleva a convivir con el personaje, acabas justificando que éste asesine, o robe o haga cualquier barbaridad. Porque has compartido con él aquello que le ha llevado hasta ahí. En la vida pasa lo mismo. No conocemos el pasado ni el presente de las personas que hacen o dicen barbaridades a nuestro alrededor. Ni siquiera de nuestra propia madre, padre o hermanos. Porque no es sólo los que vive sino cómo los percibe. Sería más fácil si lo supiéramos pero no tendría el mismo mérito comprender que cada uno de nosotros tenemos nuestra propia historia. Y que ésta nos hace hablar diferente idioma. No hace falta estar aquí, en China, porque los seres humanos estamos lejos unos de otros allá donde vayamos. Vamos deprisa.
Creo que todo pasa por mirar un poco más hacia dentro y a nuestro alrededor. Todo pasa por mirar más. Ir más despacio. Tomarnos más tiempo. Parece entonces que se paran los segundos... Entonces percibes de otra manera. Hoy me ha pasado a mi en esa playa, esa luz, esa brisa, esas olas, mis hijos contentos sin pedir nada a cambio. Son momentos que están. Para nosotros. Y los descubro tan pocas veces...
Mañana volvemos a Kowloon. Nos encantaría hacernos un masaje de reflexología en los pies. Iñaki ya se va mañana por la noche, gracias compañero. Un placer y un aprendizaje, espero que tú también te lo lleves en la maleta.
Besos a todos de nuestra parte...
P.D. Ana Arrabé, si me estás leyendo... aún me acuerdo de tu retiro de silencio, y la mariquita que vino a despedirse mi... esos momentos que sólo los sabe quien los vive... saltamontes que aparecen... ojalá fueran más.
Por fin, el autobús. Velocidad máxima a 80 según carteles en las ventanas pero sensación de 200 en curvas montaña arriba. Vistas espectaculares, ya en la isla de Hong Kong, hasta una zona llamada Stanley, al otro lado justo de la clínica pija del profesor Chan. Rascacielos atrevidos en medio de la nada, junto a bosques verdes de clima tropical. Desde que llegamos no hemos conseguido ver un cielo azul, despejado, siempre pesa sobre nosotros una bruma que cubre a medias el sol y la luna. Mucho calor pero ya acostumbrados, es llevadero, incluso gustoso cuando llega la brisa fresquita que seguro supera los cuarenta grados. La última parada, yo convencida de que el conductor no se acordaba de nosotros y nos llevaba a su casa. Éramos los últimas pasajeros en bajar. Qué alegría al ver la playa, de arena fina, las echo tanto de menos desde que vivimos en Francia... la mayoría de piedras. Pocos bañistas, ya serían las 6 de la tarde o más. Cuando me quise dar cuenta, Felipón estaba vestido dentro del agua, feliz. Menos mal que había metido un pantalón y una camisa de sobra en mi bolso, por eso de ir sin pañal. Qué gustito mamá, qué calentita. Hoy ha sido su día de descanso. Candela tampoco lo ha dudado y ha ido al agua. Iñaki directo, ventajas de los hombres, en "gayumbos", como diría Felipe. Y yo, muerta de ganas, sin bañador y con Pía en brazos, que por fin se había quedado dormida. Yo tenía el supositorio extraño preparado para ponérselo en cuanto abriera un ojo. Cuando media hora más tarde así lo hizo, José y yo nos pusimos manos a la obra, obra que acabó con éxito y sonrisa de esta niña a la que por cierto me como con patatas todos los días. En cuanto puede, agradece y sonríe. Aún así pasó el resto de la tarde incómoda y aunque no suelo hacerlo con tanta facilidad, le di apiretal para que estuviera a gusto y descansara un poco. Le di un biberón calentito, bien alimentada está un rato a juzgar por sus piernas regordetas y sus mofletes rellenos. Felipón gateó playa arriba playa abajo, por toda la orilla, cogió piedras, conchas, se fue después unos metros más allá y estuvo en silencio un largo rato, de espaldas, no necesitaba nada ni a nadie, sólo estar así. Qué bien se está mamá, me decía de vez en cuando. Se le entiende regular, aunque Candela y yo acostumbradas, lo hacemos perfectamente. La logopeda en Niza nos dice que es cuestión de ejercitar los músculos de la boca y de la cara a diario, con ejercicios que no estamos haciendo, abiertamente lo digo, para que no se sature de tanta cosa. En este sentido tengo que decir que cada día creo, y hoy más que nunca, lo importante que es el descanso para estos niños. Obsesionarnos y meterles caña a diario, no debe ser bueno, o al menos no tanto como una tarde de risas curativas. La tarde de hoy vale seguramente por cinco días con Chan. Las olas, la brisa, el paisaje, su silencio, la arena... Seguro que se le han conectado muchas neuronas de ambos hemisferios. Sus frases son largas ya, bien construidas y con palabras que me sorprenden cada día. Mal hablado, lo es, y mucho.
Teníamos hambre y nos hemos ido a cenar tras una ducha en la playa para quitar la arena. Al doblar una esquina ha sido como estar en cualquier calle de un pueblo de costa española. Restaurantes, terrazas ... Pero poca gente. Nos hemos sentado en uno que parecía agradable, me ha encantado el cocinero, occidental, de unos ochenta años y chaqueta clásica abotonada, algo gastada y abierta por arriba, sonriente, nos ha mirado desde la puerta de la cocina.
He pedido pescado a la brasa. José e Iñaki me han querido quitar la idea pensando que no iba a ser muy fresco, además el agua de algunas zonas no esta muy limpia, pero cuando he querido anular el pedido y cambiarlo por otras cosa, me han dicho que ya era tarde. Me ha encantado. Con ajito y perejil. Estaba todo muy rico, y la cerveza me ha sabido a gloria. A Iñaki le han puesto una cerveza que sabía a fruta, no la ha pedido así, pero él que es así de buena gente se la ha tomado. Mis hijos estaban agotados y los hijos de José, igual.
De vuelta, hemos cogido el 40 que iba vacío, solo con nosotros. Y en lugar de hacer todo el recorrido en metro como a la ida hemos decidido coger un taxi. Entre el conductor del autobús de ayer que me dejó fuera, y el conductor del taxi de hoy que ha dejado fuera a Iñaki... Ya no sé que pensar. Justo cuando él iba a subir, los niños y yo ya estábamos dentro, el taxista ha decidido que quería dejar pasar a un coche de policía que venía detrás y en lugar de aparcar un poco más adelante, que había sitio de sobra, ha cogido carrerilla y casi nos trae el hotel.A Iñaki en lugar de abrírsele los ojos como platos se le han quedado como a un chino tratando de ver adónde iba, calle abajo, allá a lo lejos entre las luces de coches, semáforos y edificios. Menos mal que José y sus hijos estaban con él, ellos iban a coger un autobús hasta su casa. Iñaki seguía con parte del carrito en su mano cuando un buen rato después hemos aparecido en la misma calle. Nuestro taxista, primo del conductor del autobús de ayer, seguro, ha debido de pensar que era él quien tenía la cartera para pagar y ha vuelto... refunfuñando encima. Como si tuviéramos algo que ver en todo aquello... José se ha enfadado un montón con él, esta vez en español mandarín, gestos de manos incluidos. Muy de la tierra. Al señor le ha dado igual.
Ya sabemos que aquí, en esta ciudad se vive muy, pero que muy acelerado. Estresado. Enfadado. Nadie para, todos siguen, nadie sonríe, salvo a Pía, que ha debido ser de por aquí en otra vida y se los gana sin dificultad.
Los cinco niños destrozados, se han portado muy bien. Y encima a José le quedaban aún veinticinco kilómetros para llegar de vuelta a su casa. Gracias de nuevo.
Hablábamos en la cena con José de que antes los padres no tenían en cuenta nuestras emociones, cuando éramos hijos en vez de padres como ellos. Estábamos dentro de su paquete. Sus conversaciones eran de mayores, no existíamos a su lado, aunque lo estuviéramos. Si había campo para correr ya estábamos haciéndolo, sin miramientos. Sin aparecer a cada minuto para pedir un helado, como ahora. Recuerdo a mi madre hablar de cosas con amigas de las que yo tomaba nota mental. Ella pensaba que yo no me enteraba. Ahora ya no lo piensa, llevamos años de repaso en los que nos hemos hecho daño la una a la otra, y eso es algo que nos ha venido bien a las dos, aunque también nos haya dolido. Evitaríamos mucho, decía José y he pensado yo siempre, si enseñáramos a nuestros hijos cosas tan prácticas en la vida como a conocer sus emociones, su cuerpo... asignaturas desde luego mucho más interesantes que las que a día de hoy dan como obligatorias.
Hablando de mi madre siempre me decía, Rocío cuando seas mayor habrá muchos abogados, arquitectos o matemáticos, pero gente que haya visto de pequeña tantas cosas como tú, pocas. Y eso lo verás, algún día, como una ventaja. Ahí acertó de lleno. Tenía razón. Soy hija única, de padres separados, y me ha llevado a todas partes con ella. A su trabajo, como tratante de la vida, de cachivaches varios, a barrios peligrosos, pobres, días que me escribía notas para evitar que fuera al colegio diciendo que debía ir al dentista, cuando por supuesto no era verdad, porque prefería que la acompañara a comprar una mesa en una nave perdida en mitad del campo o a una zona de prostitutas en el centro de Madrid. Yo quería ir al colegio, pero ahora le agradezco esa educación tan diferente que trato de inculcar a mis hijos de alguna manera. Porque quizás eso me ayuda ahora a ver que todo no es blanco o negro. Y tocamos de nuevo esa flexibilidad que en este viaje está siendo tan abundante y un tema tan recurrente. Hablaba con Iñaki ayer que siempre me gusta poner, para comprender por qué la gente actúa a veces de maneras tan incomprensibles, un ejemplo que siempre he tratado de tener presente. Si lees un buen libro y éste te lleva a convivir con el personaje, acabas justificando que éste asesine, o robe o haga cualquier barbaridad. Porque has compartido con él aquello que le ha llevado hasta ahí. En la vida pasa lo mismo. No conocemos el pasado ni el presente de las personas que hacen o dicen barbaridades a nuestro alrededor. Ni siquiera de nuestra propia madre, padre o hermanos. Porque no es sólo los que vive sino cómo los percibe. Sería más fácil si lo supiéramos pero no tendría el mismo mérito comprender que cada uno de nosotros tenemos nuestra propia historia. Y que ésta nos hace hablar diferente idioma. No hace falta estar aquí, en China, porque los seres humanos estamos lejos unos de otros allá donde vayamos. Vamos deprisa.
Creo que todo pasa por mirar un poco más hacia dentro y a nuestro alrededor. Todo pasa por mirar más. Ir más despacio. Tomarnos más tiempo. Parece entonces que se paran los segundos... Entonces percibes de otra manera. Hoy me ha pasado a mi en esa playa, esa luz, esa brisa, esas olas, mis hijos contentos sin pedir nada a cambio. Son momentos que están. Para nosotros. Y los descubro tan pocas veces...
Mañana volvemos a Kowloon. Nos encantaría hacernos un masaje de reflexología en los pies. Iñaki ya se va mañana por la noche, gracias compañero. Un placer y un aprendizaje, espero que tú también te lo lleves en la maleta.
Besos a todos de nuestra parte...
P.D. Ana Arrabé, si me estás leyendo... aún me acuerdo de tu retiro de silencio, y la mariquita que vino a despedirse mi... esos momentos que sólo los sabe quien los vive... saltamontes que aparecen... ojalá fueran más.
Que bonito día en familia! Ojalá saquéis más ratos así entre terapias! 😘
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