
Por fin, el autobús. Velocidad máxima a 80 según carteles en las ventanas pero sensación de 200 en curvas montaña arriba. Vistas espectaculares, ya en la isla de Hong Kong, hasta una zona llamada Stanley, al otro lado justo de la clínica pija del profesor Chan. Rascacielos atrevidos en medio de la nada, junto a bosques verdes de clima tropical. Desde que llegamos no hemos conseguido ver un cielo azul, despejado, siempre pesa sobre nosotros una bruma que cubre a medias el sol y la luna. Mucho calor pero ya acostumbrados, es llevadero, incluso gustoso cuando llega la brisa fresquita que seguro supera los cuarenta grados. La última parada, yo convencida de que el conductor no se acordaba de nosotros y nos llevaba a su casa. Éramos los últimas pasajeros en bajar. Qué alegría al ver la playa, de arena fina, las echo tanto de menos desde que vivimos en Francia... la mayoría de piedras. Pocos bañistas, ya serían las 6 de la tarde o más. Cuando me quise dar cuenta, Felipón estaba vestido dentro del agua, feliz. Menos mal que había metido un pantalón y una camisa de sobra en mi bolso, por eso de ir sin pañal. Qué gustito mamá, qué calentita. Hoy ha sido su día de descanso. Candela tampoco lo ha dudado y ha ido al agua. Iñaki directo, ventajas de los hombres, en "gayumbos", como diría Felipe. Y yo, muerta de ganas, sin bañador y con Pía en brazos, que por fin se había quedado dormida. Yo tenía el supositorio extraño preparado para ponérselo en cuanto abriera un ojo. Cuando media hora más tarde así lo hizo, José y yo nos pusimos manos a la obra, obra que acabó con éxito y sonrisa de esta niña a la que por cierto me como con patatas todos los días. En cuanto puede, agradece y sonríe. Aún así pasó el resto de la tarde incómoda y aunque no suelo hacerlo con tanta facilidad, le di apiretal para que estuviera a gusto y descansara un poco. Le di un biberón calentito, bien alimentada está un rato a juzgar por sus piernas regordetas y sus mofletes rellenos. Felipón gateó playa arriba playa abajo, por toda la orilla, cogió piedras, conchas, se fue después unos metros más allá y estuvo en silencio un largo rato, de espaldas, no necesitaba nada ni a nadie, sólo estar así. Qué bien se está mamá, me decía de vez en cuando. Se le entiende regular, aunque Candela y yo acostumbradas, lo hacemos perfectamente. La logopeda en Niza nos dice que es cuestión de ejercitar los músculos de la boca y de la cara a diario, con ejercicios que no estamos haciendo, abiertamente lo digo, para que no se sature de tanta cosa. En este sentido tengo que decir que cada día creo, y hoy más que nunca, lo importante que es el descanso para estos niños. Obsesionarnos y meterles caña a diario, no debe ser bueno, o al menos no tanto como una tarde de risas curativas. La tarde de hoy vale seguramente por cinco días con Chan. Las olas, la brisa, el paisaje, su silencio, la arena... Seguro que se le han conectado muchas neuronas de ambos hemisferios. Sus frases son largas ya, bien construidas y con palabras que me sorprenden cada día. Mal hablado, lo es, y mucho.

He pedido pescado a la brasa. José e Iñaki me han querido quitar la idea pensando que no iba a ser muy fresco, además el agua de algunas zonas no esta muy limpia, pero cuando he querido anular el pedido y cambiarlo por otras cosa, me han dicho que ya era tarde. Me ha encantado. Con ajito y perejil. Estaba todo muy rico, y la cerveza me ha sabido a gloria. A Iñaki le han puesto una cerveza que sabía a fruta, no la ha pedido así, pero él que es así de buena gente se la ha tomado. Mis hijos estaban agotados y los hijos de José, igual.

Ya sabemos que aquí, en esta ciudad se vive muy, pero que muy acelerado. Estresado. Enfadado. Nadie para, todos siguen, nadie sonríe, salvo a Pía, que ha debido ser de por aquí en otra vida y se los gana sin dificultad.
Los cinco niños destrozados, se han portado muy bien. Y encima a José le quedaban aún veinticinco kilómetros para llegar de vuelta a su casa. Gracias de nuevo.
Hablábamos en la cena con José de que antes los padres no tenían en cuenta nuestras emociones, cuando éramos hijos en vez de padres como ellos. Estábamos dentro de su paquete. Sus conversaciones eran de mayores, no existíamos a su lado, aunque lo estuviéramos. Si había campo para correr ya estábamos haciéndolo, sin miramientos. Sin aparecer a cada minuto para pedir un helado, como ahora. Recuerdo a mi madre hablar de cosas con amigas de las que yo tomaba nota mental. Ella pensaba que yo no me enteraba. Ahora ya no lo piensa, llevamos años de repaso en los que nos hemos hecho daño la una a la otra, y eso es algo que nos ha venido bien a las dos, aunque también nos haya dolido. Evitaríamos mucho, decía José y he pensado yo siempre, si enseñáramos a nuestros hijos cosas tan prácticas en la vida como a conocer sus emociones, su cuerpo... asignaturas desde luego mucho más interesantes que las que a día de hoy dan como obligatorias.
Hablando de mi madre siempre me decía, Rocío cuando seas mayor habrá muchos abogados, arquitectos o matemáticos, pero gente que haya visto de pequeña tantas cosas como tú, pocas. Y eso lo verás, algún día, como una ventaja. Ahí acertó de lleno. Tenía razón. Soy hija única, de padres separados, y me ha llevado a todas partes con ella. A su trabajo, como tratante de la vida, de cachivaches varios, a barrios peligrosos, pobres, días que me escribía notas para evitar que fuera al colegio diciendo que debía ir al dentista, cuando por supuesto no era verdad, porque prefería que la acompañara a comprar una mesa en una nave perdida en mitad del campo o a una zona de prostitutas en el centro de Madrid. Yo quería ir al colegio, pero ahora le agradezco esa educación tan diferente que trato de inculcar a mis hijos de alguna manera. Porque quizás eso me ayuda ahora a ver que todo no es blanco o negro. Y tocamos de nuevo esa flexibilidad que en este viaje está siendo tan abundante y un tema tan recurrente. Hablaba con Iñaki ayer que siempre me gusta poner, para comprender por qué la gente actúa a veces de maneras tan incomprensibles, un ejemplo que siempre he tratado de tener presente. Si lees un buen libro y éste te lleva a convivir con el personaje, acabas justificando que éste asesine, o robe o haga cualquier barbaridad. Porque has compartido con él aquello que le ha llevado hasta ahí. En la vida pasa lo mismo. No conocemos el pasado ni el presente de las personas que hacen o dicen barbaridades a nuestro alrededor. Ni siquiera de nuestra propia madre, padre o hermanos. Porque no es sólo los que vive sino cómo los percibe. Sería más fácil si lo supiéramos pero no tendría el mismo mérito comprender que cada uno de nosotros tenemos nuestra propia historia. Y que ésta nos hace hablar diferente idioma. No hace falta estar aquí, en China, porque los seres humanos estamos lejos unos de otros allá donde vayamos. Vamos deprisa.
Creo que todo pasa por mirar un poco más hacia dentro y a nuestro alrededor. Todo pasa por mirar más. Ir más despacio. Tomarnos más tiempo. Parece entonces que se paran los segundos... Entonces percibes de otra manera. Hoy me ha pasado a mi en esa playa, esa luz, esa brisa, esas olas, mis hijos contentos sin pedir nada a cambio. Son momentos que están. Para nosotros. Y los descubro tan pocas veces...
Mañana volvemos a Kowloon. Nos encantaría hacernos un masaje de reflexología en los pies. Iñaki ya se va mañana por la noche, gracias compañero. Un placer y un aprendizaje, espero que tú también te lo lleves en la maleta.
Besos a todos de nuestra parte...
P.D. Ana Arrabé, si me estás leyendo... aún me acuerdo de tu retiro de silencio, y la mariquita que vino a despedirse mi... esos momentos que sólo los sabe quien los vive... saltamontes que aparecen... ojalá fueran más.
Que bonito día en familia! Ojalá saquéis más ratos así entre terapias! 😘
ResponderEliminar