Hola a todos,
Hace algo más de dos semanas llegué de Hong Kong. Siento no haber escrito antes pero aterricé con más de cuarenta grados de fiebre, resultado de un gripazo con bacteria incluida que me traje sin darme cuenta, y llevo muy KO desde entonces. Fui con mucha energía y la perdí toda, pero eso fue el último día, que es cuando me empecé a encontrar mal. Están en alerta roja de gripe A, B y con bacterias y virus por doquier, igualito que en Europa, para que veamos que al final compartimos hasta eso aunque nos separen miles de Kilómetros.
Me sentí honrada de convivir con el Profesor Chan durante más de tres días. Él me invitó a que fuera. Y a que siga con él. Su tiempo es oro y es un hombre de pocas palabras. Así que escucharle explicar su teoría, hablar de sus hipótesis, y saber que no lo había hecho hasta ese momento con nadie, de manera tan extensa, y menos aún con un occidental como yo, me confirmaba que no era casualidad que yo estuviera allí ni que haya pasado todo lo que ha pasado desde que fuimos la primera vez a conocerle, hace ahora año y medio. Se me hacía raro no ir con mi hijo Felipón para que en una de ésas le diera un repaso en la cabeza. Pero no escribo todo en mi Vida, esa lección ya la he aprendido.
El Profesor Chan nos convocó durante el Año Nuevo Chino para dedicarnos a Xiaodan y a mi, horas, sin prisa. El último día nos invitó a ver cómo trabajaba con los pacientes, niños y adultos, en el abarrotado centro de Kowloon, que reabría sus puertas después de unos días de vacaciones. A media mañana, un señor de unos ochenta años, vestido con una camisa y un pantalón, sonrisa encantadora, ojos brillantes y chinos, me preguntó qué hacía yo allí. Hablamos en inglés, y después de explicarle mi caso, mi experiencia con el Profesor Chan y mi hijo Felipón, me explicó él la suya. Llegó al Profesor Chan hace un par de meses, con diabetes, presión arterial muy alta y mareos, sin poder sostenerse por sí mismo, y alguna caída ya a sus espaldas, o sea, con un buen golpe en la cabeza. Me explicaba con asombro y auténtico deseo de compartir, cómo después de cuatro sesiones allí se había podido quitar toda la medicación. Estaba curado de la diabetes y de la presión arterial. Ahora iba a que le quitara otros achaques de huesos. Me decía, ojalá las más de 3000 personas que están ahí fuera con diabetes supieran que es posible curarla así de fácil. Ahí quedó la cosa. Cuando se marchó, andando recto como un bambú, me explicaron que era ni más ni menos que el fundador de la Hong Kong University of Science and Technology. Una de las mejores Universidades del mundo según rankings de referencia en el sector. Es un científico. Por este motivo no se atreve a contarle a todo el mundo lo que acababa de pasarle. A este señor que os cuento le da miedo que a estas alturas, con sus ochenta años, le tomen por loco, o por viejo, pues sigue en activo. Así que con gran reparo lo comparte con otros sabios como él, poquito a poco, y le ha propuesto al Profesor Chan investigar juntos.
Porque como pasa aquí en España, quienes hemos tenido buenas experiencias con las terapias naturales, tenemos cierto temor a compartir, por miedo a que crean que es sugestión o que quieres vender la moto y te persigan como a una bruja...
Pero qué importante es, una vez más insisto, abrir los ojos y ver que somos más que un cuerpo físico y que no debemos curarnos por partes ni quedarnos con un sólo punto de vista. Que no debemos tener miedo a perder el control de lo que ya conocemos sino llenarnos de ganas de subirnos al tren de la ciencia moderna.
Que médicos, científicos, familias y terapeutas, convencionales y aquellos con formación más holística, todos importantes y necesarios si su formación y su persona lo merecen, deberíamos unir conocimientos, en lugar de poner tanto en duda si ya hay pruebas de que algo ayuda y no perjudica. No lo digo por esta terapia, que sabéis que no es la única de la que hablo, sino de la homeopatía, por ejemplo. O de la hipoterapia. O de tantas. Estoy probando ahora, para tratar a mi hijo de sus herpes, un método desarrollado por un científico ruso, basado en el agua y también en la energía, cuántica.
El Profesor Chan establecerá su terapia en España a partir de abril y Xiaodan comenzará a hacer terapia en Madrid, a evaluar a niños para que sus padres trabajen en casa y a formar a las nuevas familias que así lo deseen.
Mientras tanto os doy algo más de información sobre IONE THEORY y su tecnología SINETECH, basada en los cuatro aspectos fundamentales sobre los que trabaja:
- Estructura (del cuerpo)
- Bio-información
- Nutrición (Detox o eliminación de toxinas)
- Bio-energía
El Profesor Chan hizo constantemente hincapié en la importancia de la INTENCIÓN, en la vida y durante la sesión de terapia. Hablaba en posts pasados sobre la intención, por no repetirme.
Me preguntaban muchas familias sobre el exceso de radiación o si esa energía que reciben los niños será buena a largo plazo. El profesor Chan me explicaba allí que aunque hablemos de energía no se trata de la energía que emite vatios, sino de trabajar con nuestra propia energía y con el campo energético que nos rodea. Sus máquinas son como amplificadores de la misma y depende que cómo las movamos y en la parte de nuestro cuerpo donde las movamos, conseguiremos un efecto u otro. Así, cuando hablamos de energía, en su caso, o de que sus máquinas emiten energía, no estamos hablando de la energía que sale en nuestra casa por el enchufe de la pared. Estamos hablando de ésa otra energía. Porque él insiste en que la mayoría de las veces no es suficiente con trabajar el cuerpo físico sino que es necesario trabajar el cuerpo energético, que es el que guarda la información.
Algunas de sus máquinas trabajan con luz (como si fueran lámparas o linternas); otras contienen partículas cuánticas (quarqs), las más pequeñas hasta ahora descubiertas y las únicas capaces de atravesar la materia, en este caso nuestro cuerpo físico, para que después de un colapso cuántico, ayuden a crear nuevas células, a regenerar células dañadas o se produzcan nuevas conexiones entre ellas; otras máquinas emiten ondas delta para que nuestros niños descansen profundamente, otras transforman nuestros propios electrones negativos en positivos, para sanarnos o para trabajar las suturas del cráneo, por ejemplo, como las trabajan los osteópatas, y así éstas tengan la movilidad que necesitan y dejen espacio dentro, o lo reduzcan, si es el caso.
En definitiva, el Profesor Chan estudia y desarrolla herramientas para activar nuestra propia capacidad de sanación a través de nuestros sistemas reproductivo y metabólico.
Sus máquinas no hacen milagros pero las manos del profesor Chan tampoco, para quien tenga sus dudas. Es cuestión de trabajo, de constancia, y también del estado y de la lesión del niño. Poco, mucho, depende de cada caso, y de lo que en última instancia la Vida tenga previsto más allá de nuestra Voluntad.
Lo bueno es que no nos piden que demos un salto de fe y dejemos las demás terapias, sino que en mi experiencia y en la de otros padres, amplifica los efectos de las mismas.
Xiaodan pasará consulta en Madrid, en la calle Nuñez de Balboa, los lunes. A partir de abril. Por fin tendremos a una terapeuta, con formación en medicina tradicional china y experiencia en España, para darnos apoyo técnico. Así que quien quiera trabajará desde casa, quien quiera le llevará al niño, y quien quiera hará las dos cosas o ninguna. No hay prisa, el caso es que ella empiece pronto para saber si esta terapia ayudará a nuestros niños como ayuda a los de allí.
Desde aquí doy las gracias a las muchas familias que han hecho esto posible, por confiar, por su paciencia, por esperar, por aportar tanto, críticas, consejos, experiencias... Todo suma y entre todos, como en todo, hemos conseguido que estén. También he conocido mucho en este año a Susana, a Regina, a Fung... en las buenas y en las malas, y a pesar de tener tan diferente manera de hacer las cosas o de lo poca relación entre nuestras culturas, mi conclusión es que además de ser buenos profesionales, son buenas personas. Me siento agradecida e ilusionada, y una vez más, desde aquí, sonrío por lo mucho que vivo gracias a mi hijo. Desde que él nació, hace ahora seis años, nada ha vuelto a ser igual. Ni lo será. Porque tiene la capacidad de hacernos ver donde aparentemente no hay nada.
Como madre siempre digo que sólo puedo aconsejar lo que más, más, más me ha ayudado a mi y por lo tanto a mi hijo, saber que los deberes también los tengo yo. De hecho llamé a una amiga hace unos días para tratar de pasar varias páginas, con su terapia. Ya os contaré, ésta es para mi y me ha dado cita para final de mes. Pero sobre todo porque ya van dos osteópatas, que tras tocar la cabeza de Felipón en estos meses, me han dicho que trate de saber qué me pasó en la semana dos de gestación, pues ahí ocurrió algo que desencadenó las lesiones, algo dentro mi, y que en ese momento se escribieron estas líneas en nuestras vidas, que desde entonces comparto. Para aprender, desde luego, pero siempre digo que la discapacidad o la enfermedad no son el regalo, sino lo que leemos de ellas. Gracias a ellas. Desde el límite, desde el sufrimiento muchas veces. Ahí, sin más opción, despertamos. Y si averiguo que pasó en mi, le ayudo a él.
Y mientras, mi día a día, como el de todas, es tratar de hacerlo lo mejor posible como madre, sin saber si te has pasado en la bronca que has echado, sin saber si has hecho bien en apoyar a uno cuando el otro le chincha, porque nunca sabes cómo empezó la cosa, sin saber si dedicas más tiempo a uno que a otro, si la cara de pena de uno es por lo que le acaba de pasar o por algo que esconde más profundo y no sabes qué es... Y mientras, ves cómo otros padres cuentan cuentos infinitos, juegan tirados en el suelo como si no hubiera mañana, montan los planes más chulos... porque tú a veces no quieres más que dormir una siesta de diez horas cuando te lo piden, o salir corriendo al súper más cercano para pensar qué bote de mermelada comprar, o mejor aún, tomarte un gin tónic con una amiga en la terraza. Pero esta es la vida. Relajarnos en una habitación a media luz, con olor a incienso, y música de piano, es fácil.
Nuestra mayor prueba es ser humanos, en este cuerpo prestado, y a la vez, rescatar esa esencia divina que somos y de la que para colmo, no nos acordamos. Pero intuimos. No son cuentos chinos. Menudo lío. Porque cuando parece que ya estamos ahí, que ya te has montado en el ascensor en sentido subida, tenemos que pagar el recibo de la luz, terminar un informe y empastarnos una muela.
¡Un beso a todos!
Rocío
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