Qué difícil es ejecutar.
Difícil es llegar al punto de aceptar la derrota, de parar para no seguir actuando cuando hemos llegado a un punto sin retorno pues reconozcamos ya que el retorno sería más de lo mismo. Que no queramos dar la vuelta entonces porque sabes lo que te vas a encontrar y sabes ya que no es lo que quieres.
No quieres encontrarte contigo misma planteando las cosas de la misma manera, convenciéndote con los mismos argumentos, justificándote ante los demás con las mismas historias... Difícil cuando te das por vencida, acto heroico allá donde los haya. Y entonces, con humildad, abres tus carnes a ver si llega el consuelo cargado de propósitos y sobre todo de firmeza. Cansados como estamos y sin embargo agradecidos porque reconocemos ese lugar donde ya todo es nuevo en nosotros, sabemos que no queremos dar más palos de ciego, que aceptamos ayuda pero no a cualquier costa, que no tenemos prisa y no queremos parar. Sabemos que debemos ejecutar, llegar a la acción. Pero qué y cómo.
Si en ese momento de lucidez nos cuesta llegar a saber la respuesta es que debemos aún, creo, seguir en barbecho un tiempo más, probablemente porque aún no hayamos aprendido o más bien, comprendido, lo suficiente. No de los demás, no de la situación, sino de nosotros mismos, o sea, de la Vida, de la nuestra, de por qué y para qué está en el punto de está y porqué y para qué hemos llegado a este punto.
Las reglas del juego me parecen simples, y más cuando vienen de la mano de un hijo. La ejecución una vez descubiertas, debe serlo también. Por ti y por él, para devolverle, cuanto menos, el favor ;).
La simpleza es bella. Parece que cuanto más complejo es algo más exitoso será. Ser simple, o simplificar, parece que es sinónimo de ser poco inteligente cuando la mayoría de las veces las cosas simples van unidas a la máxima felicidad. Luego no es tonto quien es feliz en estos tiempos.
Desentramar lo complejo es complejo porque seguimos con ese concepto equivocado en la cabeza. Seguimos con el deseo interno de vivir en lo conocido pues hemos crecido en ese ambiente de dolor. Si cada uno de nosotros se dedicara realmente a vivir en la simpleza de respirar cada mañana, agradecer y ejecutar lo que sabemos que debemos hacer tras haber respirado nuestra esencia, ayudaríamos a millones de personas a nuestro alrededor porque dejaríamos de instigar a que nuestros planes los ejecuten otros, a que otros den el primer paso, a que otros cambien, planifiquen, hagan o deshagan, a comprar para no pensar, a cerrar los ojos para no ver dentro de casa lo que ya tenemos...
Ayudaríamos tanto si fuéramos libres, por ejemplo a no dar la razón a quienes piensan por nosotros sólo por no hacerlo nosotros. Ayudaríamos tanto si fuéramos felices, exhaláramos alegría e inhaláramos la alegría de otros, y supiéramos y no dudáramos que una misma realidad es diferente para todos y que debemos estar en nosotros y no en los demás porque sus filtros no son los nuestros ni sus tiempos tampoco... Ayudaríamos tanto si sólo sufriéramos cuando de verdad hay que sufrir y diéramos a este sufrimiento pronto la salida para seguir ayudando.
Cambio entonces la frase, porque según escribo, me leo, siempre lo digo. Qué fácil es ejecutar cuando los deberes de soltar lastre e identificar nuestra esencia se han hecho ya. Vale, sí. Uno se pasa toda la vida encontrando su esencia, y eso quien la busca. Pero es que para mi, eso ya es ejecutar. Cada paso que demos en ese camino mientras buscamos y encontramos, por el camino más recto, es ejecutar.
Ejecutar sin la parálisis del miedo. Del reproche o de la ira.
Ejecutar sin buscar el reconocimiento o la aprobación de los demás.
Ejecutar sin dolernos de nuestro pasado o recrearnos, consciente o inconsciente, en el sabor de las caídas de nuestros padres.
Ejecutar es salir del karma que nosotros mismos hemos tejido por avanzar en espiral como los ratones.
Y salir, se sale con un paso más, pero esta vez en la línea recta. Para cumplir nuestros sueños, los nuestros, los de nadie más.
Salir, se sale cuando creemos en nosotros.
Para amarnos, querernos, y respetarnos a nosotros mismos como decimos que haremos con el otro cuando nos casamos, por encima incluso de nuestro propio bienestar y salud mental, emocional y física. Porque debemos amarnos para poder amar a otro y así no entrar en poco tiempo en la terrible enfermedad de la resignación o del reproche por no dar al otro lo mejor de nosotros como prometimos, ignorantes, sino adaptarnos a su película por miedos varios.
Porque esa otra persona cumple su función y sobrevive con sus propios miedos. Y además ahora con la exigencia como un yugo que pende sobre su cabeza a diario de salvar a otro, sin hacer pie ni siquiera en su propio mar revuelto.
Porque ya somos madres y padres de nuestros cuerpos, y de nuestros destinos. Porque cocreamos, con Dios, el Universo o cómo lo queramos llamar. Que somos responsables y no culpables...
Que sea el verano de los sueños y de la ejecución de los mismos para quienes estén preparados y hayan hecho sus deberes.
Que sea el verano de los deberes para quien no los ha hecho.
Que sea el verano de los no reproches y de mirar hacia dentro. Que sea el verano, para preparar el otoño, de saber que no hay más verdad que la que nuestro sentido común nos dice y que esa verdad es sólo aplicable para nosotros mismos.
Que sea el otoño de la búsqueda del equilibrio en nosotros para estar bien con nosotros y con quienes nos rodean.
Que sea una vida de ejecución sin la parálisis del miedo y sin el comodín de que lo hagan otros.
Que sea la fiesta de ayudarnos para ayudar. Que volvamos alegres a nuestro trabajo porque sepamos que estamos donde debemos estar, en todos los niveles, porque si no no estaríamos ahí. Y si debemos seguir camino, que nuestra intención supere nuestra realidad y nuestros pies nos guíen con paso firme para aclarar nuestras ideas y ver con el ojos de la intuición y la clarividencia. Que seamos brujas y brujos con calderos y escobas en lugar de escupir sapos y culebras por la boca. Que nuestra cara sea reflejo de nuestro estado interior. Y nuestros actos sean libres y nuestros, sólo nuestros.
Porque sólo así daremos lo mejor de nosotros mismos al mundo. Banderas arriba.
Que el Covid-19 sea el menor de los problemas del mundo y el mayor sea vivir sin miedo. Que hagamos uso de mascarillas y nos protejamos para proteger, por sentido común y nunca por miedo. Que cada uno sea responsable de su espacio en todos los sentidos. Que repartamos amor y alegría sólo cuando la sintamos para que no escondan emociones envenenadas y exigencias de intercambio que siembran malestar disfrazado. Que nos quedemos en casa pero no por el virus sino porque seamos conscientes de los muchos deberes que tenemos pendientes y podamos ejecutar en cuanto menos lo esperemos.
Que la Vida nos considere preparados y no deba mandarnos lecciones obvias a cada esquina.
Que si morimos nunca pensemos que no lo intentamos.
Que los políticos no dominen el mundo. Que los médicos, enfermeras y terapeutas, que las madres y los padres sin más título, que los maestros, cantantes y panaderos apliquemos nuestro sentido común y ya nadie nos tome el pelo. Que esos políticos que actúan en corto plazo caigan pronto en el mismo y podamos respirar, en cada bando, sólo verdad. La de todos. La que exhalemos e inhalemos, porque no hay mejor lección que la que ponemos en práctica cada día cada uno de nosotros, estemos donde estemos, seamos del color que seamos. Consecuencia libre del miedo. Qué puede pasar peor que lo que está ya pasando, que en este punto de la historia seamos tan vulnerables y nos sintamos tan atenazados como lo estábamos hace cientos de años. Y no hablo sólo de virus. Sino de ser felices. Y vivir en armonía con nuestras almas.
Besos a todos
Rocío
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